El verano de Marta y la llegada de septiembre

aprendizaje verano Cadaques

Septiembre siempre ha sido un mes de ilusión, de estrenar agenda nueva con sus hojas blancas sin tachachones ni rayajos. Un mes que comienzas con la esperanza de que todo va a salir bien y la  ilusión de que este curso es diferente. Es lo bueno de septiembre, que la vida aún no te ha puesto ninguna piedra con la que caerte y la ilusión sigue intacta. O tal vez no.

Yo siempre he sido de las que comienzan en septiembre, aunque luego vuelven a empezar en enero, porque cuando la vida se hace cuesta arriba, necesito hacer borrón y cuenta nueva, como si eso renovara la energía con la que te enfrentas a las cosas, como si pasaras por la casilla de salida del monopoly y volvieras a cobrar..

Este verano mi cuerpo me ha pedido más que nunca hacer reset.

Descansar y volver a empezar, apagar motores y parar un tiempo. Agosto se hizo esperar. Cada parte de mi cuerpo me pedía a gritos un descanso, sobre todo mi cerebro que estaba frito tras tantos bucles mentales y obstáculos emocionales que había sorteado durante el año.

Si tengo que definir mi verano en un par de palabras diría que ha sido como una montaña rusa, con subidas y bajadas, momentos de adrenalina pero también tensión, miedo y algo de vértigo. En realidad, mi verano no ha sido más que una parte de cómo es mi vida en general.

Comencé mi verano devolviéndole el sentido mágico y espiritual a la noche de San Juan, y tras volver de una cena, decidí que ese era el momento de cerrar una historia que llevaba abierta casi un año. Cogí papel y boli y me despedí de lo vivido y compartido. Agradecí cada momento que me había hecho aprender y crecer; pero también aproveché para decir adiós a  todas esas creencias, que había integrado, y dejarlas ir para que no volvieran más (si era posible). Con la pequeña llama de una vela quemé aquellas ideas que se habían aferrado a mí y me estaban limitando, sin poder dejarme volar libre.

Julio lo empecé creando posibles, viajando en barco hacia una isla, que aunque no era ni Baleares ni tampoco las Canarias, llegar a Tabarca en un barco taxi tampoco estuvo mal. En ese momento 𐆑 dándome cuenta ahora que escribo estas líneas 𐆑, recordé que soy capaz de crear otras realidades, aunque no sean las que hubiese deseado. No todo es posible ni imposible, sino que deambula entre ambos extremos como en una cuerda floja.

Si algo ha caracterizado este verano sin duda alguna ha sido el mar. Pasear por la orilla, nadar entre peces, sortear las olas, dejarme flotar y fluir, bucear y descubrir otro mundo. El mar me ha visto convertirme en agua y ser yo quien calmaba mi sed de aventuras, de paz, de descubrimientos… junto al mar me he dado cuenta de que soy yo la persona que siempre me va a salvar, la que siempre me va a acompañar. Qué tal vez no necesito esperar a que alguien quiera entrar al agua para entrar yo también, que si quiero algo, me tengo a mí y con eso basta (aunque también está bien la compañía de otros).

Trabajar en verano es una mierda y más cuando tu cerebro solo quiere parar y no hacer nada. Pero para calmarle un poco y que se tranquilizara, he exprimido al máximo cada rato libre con amigos, familia, en terrazas, al sol, a la luz de las estrellas, en el mar, en el campo.

En tantos meses no todo es bonito ni bueno, y este verano también me hizo descender a los infiernos de mis sombras más oscuras, y volví a sentirme esa adolescente que busca en los ojos ajenos la aprobación de su propio cuerpo y su propio ser. Me he sentido fea, gorda, demasiado blanca, demasiado roja, llena de granos, con una cara horrible… y he querido esconder mi cuerpo, hacerme una bolita y desaparecer. Sin embargo, no todo es lo mismo, ya no estoy tan herida o, al menos, por el camino, he ido adquiriendo un par de herramientas para no desgarrarme tanto esta vez. Ahora sé que me tengo a mí (aunque a veces no me sirviera de consuelo), y que puedo abrazarme incluso aún cuando duele sentirse mal por mierdas que creía cerradas.

Como la vida es subidas y bajadas, una semana después me sentía poderosa conduciendo una furgoneta por montañas imposibles, mientras aprendía realmente lo que significa la ‘vanlife’. Me descubrí a mí misma gestionando marrones con una tranquilidad que me asombraba, rompiendo con aquello que había creído sobre mí misma, 𐆑 porque sí, poco a poco voy dándome cuenta de que sí soy una persona aventurera 𐆑.

Pero también fui consciente de que la convivencia y las vacaciones en pareja no son para nada como las pintan, y mucho menos como se muestran en redes. La realidad es que habrán momentos en los que no aguantes a la otra persona, o necesites  un espacio para ti. No todo es de color de rosa ni es necesario que siempre estemos sonriendo y demostrando que “todo va bien”. En la vida y en las parejas, hay momentos de todo tipo, pero de los que siempre tiene que haber son  espacios para comunicar realmente qué necesitamos.

Entre idas y venidas, entre el mar y la montaña, he podido reflexionar sobre mi trabajo, mi vida, qué quiero hacer, cómo quiero vivir… Tal vez he reflexionado tanto que me he pasado de rosca y he acabado con más dudas de las que empecé.

Entre idas y venidas, entre el mar y la montaña, he podido reflexionar sobre mi trabajo, mi vida, qué quiero hacer, cómo quiero vivir… Tal vez he reflexionado tanto que me he pasado de rosca y he acabado con más dudas de las que empecé.

Sin embargo, hay una cosa que he tenido clara durante este verano y ha sido la necesidad de parar, lo necesario que es en mi vida que deje momentos de no hacer nada para cuidarme y regarme, porque sino me seco, me mustio y, puede ser, me muero.

Escribí un breve texto por si me volvía a perder, por si entraba en la inercia del trabajo, del hacer para ser, del hacer para valer.

“Estoy aprendiendo a no hacer nada, a tumbarme a ver la musarañas, a observar y también un poco a estar.

Todavía me cuesta estar presente, aquí, de pie o tumbada, respirando, viviendo y nada más.

Al menos en estoy inciándome en el bello arte de no hacer nada. Doy pequeños pasos, poco a poco y despacio, pero se me hincha el pecho al pensar que a penas he cogido el portátil en dos semanas. Dos semanas en las que ese sentimiento de hacer y demostrar se ha reducido a mínimos.Y he estado bien, ha estado bien, muy bien.

Siempre he sabido que es necesario parar para renovar, morir para renacer. Mi propia naturaleza cíclica me lo recuerda: la regla cierra y da comienzo al círculo para empezar de cero.

Mi cerebro vuelve a ser fértil tras dejarlo un tiempo en barbecho, y poco a poco brotan nuevas ideas que pronto regaré para que florezcan”.

Este ha sido el verano del mar, de tocar fondo y tener que poner más ahínco en aprender a fluir para flotar. Por eso a septiembre no le pido nada, solo espero no perderme entre sus días y tener presente que he venido a disfrutar de esta vida que es un juego, que el momento es ahora, y para estar aquí, presente, es necesario dejar de escuchar a la mente para empezar a seguir lo que te indica el cuerpo.

Deja un comentario