La entrada de septiembre asusta. Asusta cuando ya has pasado la barrera de los 25 y ya tus obligaciones son distintas a las marcadas por el calendario escolar. Ahora, en el mejor de los casos, las obligaciones te las pones tú misma. Para algunas, septiembre no significa nada nuevo, ni nuevo curso, ni nuevo trabajo ni vuelta a este, ni nuevos propósitos, ni nuevos retos. A veces, septiembre solo es un mes más. Un mes donde se empieza todo o se sigue igual.
Ahora mismo, me gustaría poder cantar a los cuatro vientos la frase de la canción de Dani Martín “Que septiembre no nos quite la ilusión jamás”, pero estaría mintiendo. Hace años, me hubiera emocionado comenzar una agenda en blanco, comprar bolis de colores y elegir el tono pastel de mis subrayadores. A día de hoy: no. Desde que el futuro se convirtió en un pozo negro, sobre todo si eres joven y sobrecualificada, es decir, carrera, dos máster, idiomas y posgrado, siento que podría o debería conformarme con levantarme cada mañana, mirarme al espejo, sonreír, suspirar, y después agradecer que estoy viva y con eso debería bastar.Demasiado viva, diría yo. Demasiado intensa, volvería a decir.
Hace unos días, pasando y pasando historias de instagram me topé con alguien que preguntaba cómo había ido nuestro verano y, más concretamente, que definiéramos en una palabra o frase este extraño, raro y atípico verano.
Yo contesté: intenso y lleno de aprendizajes.
Comencé los días de verano, como la canción de Amaral, con un fin de semana con amigos en un pueblecito perdido. Río, sol, piscina, verbenas (dentro de lo que se podía y con todas las medidas de seguridad). Me sentí más viva qlue nunca creyendo que tenía verano y que podría disfrutar de él. Volvimos el domingo y el lunes empezaba un gran viaje. Un viaje que denominé EL VIAJE QUE ME CAMBIÓ LA VIDA. Me fui a Córdoba sola. Podría decir que con una mano delante y otra detrás, pero no fue tan así. Fue un viaje premeditado. Estaba cansada de que mi grupo de amigas y amigos no se pusieran de acuerdo, por eso tomé las riendas de mi vida y allá que me fui, con el calor, con el salmorejo, con las berenjenas a la miel y con la Mezquita alumbrando la noche.
Fue uno de los viajes más intensos de mi vida. Conocí a gente, yo, que no daba ni un duro al viajar sola, y también le conocí a él. Un amor de verano de esos que sabes cuando empiezan, pero no cuando terminan. Y así fue. Viví como una adolescente mis días en una ciudad desconocida, pero mágica, y sobre todo, viví como una adolescente gracias al cosquilleo que se siente cuando la flechita del “amor” se clava en lo más profundo del esternón. En mi instagram, (@sara_olivas) podréis ver todo el diario de viaje. Cada día me pasaba una cosa diferente, una cosa digna de contar, y eso me hacía muy feliz. Nos despedimos con el miedo de saber que todo terminaría y lo cierto es que no terminó. Bueno, os adelanto que sí terminó, pero no de la forma que hubiera querido, pero esa es otra historia que aquí, no voy a contar.
Continué mi andadura de viajes sola y me fui a la sierra de Madrid, a la casita de una amiga que conocí gracias al mundo de la poesía y que desvirtualicé este mismo verano. La idea era pasar una semana en su casa con más mujeres para vivir una experiencia creativa, una especie de residencia artística en la que crear juntas y poder llevar a cabo algún tipo de proyecto. Desde la mañana hasta la noche cada momento que pasé allí fue mágico.
También hubo rutas por el monte, paseos, baños desnudas en el río, mucha escritura, mucha poesía, cenas a la luz de la luna, noches de deseos y perseidas, dormir en un colchón bajo el cielo estrellado de Madrid, en definitiva, mucha paz, mucha tranquilidad, mucha sororidad. Necesitaba algo así en mi vida.
Y este viaje me sirvió para darme cuenta de que la paz y la calma y el hogar soy yo. Soy yo y quien elijo que esté en él.
La noche de deseos y Perseidas me confundió y regresé a Córdoba y, como prefiero guardarme cada detalle de lo que ocurrió. Sin embargo, os comparto con todo el amor y la valentía del mundo el texto que compartí en Instragram después de.
“Me puse la falda negra y enseñé mis piernas sin miedo ni complejo alguno. Paseé calle abajo, «to pa lante» como decía el cartelito de la pared y me paré en un escaparate a mirar un hojaldre de chocolate. No lo compré. Sí me compré unos pendientes de los que me enamoré como también me compré los billetes y el hostal cuando él me dijo que viniera, que tenía ganas de verme, de enseñarme los rincones que me había dejado por ver. No diré que como una tonta caí y fui. Fui porque pude y porque quise. Y aquí, en Córdoba me he vuelto a encontrar, como la primera vez que llegué o incluso más. Porque aquí, en Córdoba, me he dado cuenta de lo que quiero y lo que no. También de la mujer que soy. No quiero personas a mi lado que se pegan a mi luz para chupar de ella. No quiero personas que no tienen claro lo que quieren ni lo que sienten. No quiero personas que hoy me dicen azul y mañana rojo. No quiero personas que sé que me quieren, pero no se arriesgan. No quiero personas no tratadas emocionalmente porque yo ya no soy el vertedero de nadie.
Trato de hablar con asertividad y lo hago y muestro mis emociones abiertamente sin miedo a que me hagan daño.
Deshago el camino andado. Veo a la Sara de hace un par de años incapaz de hacer cosas por sí misma, incapaz de mirar a los ojos y decir lo que siente, incapaz de hablar. Una Sara incapaz de todo. Hoy esta Sara es capaz. Y nada ni nadie le para. Mereció la pena volver para encontrarme de verdad. Siempre recordaré Córdoba como la ciudad que me enseñó a ser valiente, a recordarme que no estoy sola, a saber reconocer que merezco alguien mejor, algo mejor. Que merezco todo lo bueno del mundo.
El resto de la historia, que tiene sus incongruencias, luces y sombras, me la guardo para mí y para las personas que ayer me sostuvieron cuando rompí a llanto vivo en una habitación blanca y fría de hotel y no pude más.
Voy a comprarme el hojaldre de chocolate y volver a los rincones donde fui y he sido valiente y feliz”.
¿Qué le pido a septiembre entonces?
Le pido paz y tranquilidad. Le pido que me dé una oportunidad para no salirme del camino que he elegido y quiero. Le pido poder continuar con todos mis proyectos y que vengan más también. Le pido un poquito más de autoestima y confianza en mí misma. ¿Le pido? ¡Me pido!
2 comentarios en «El verano de sara y la entrada de septiembre»
Me encantan las frases de no quiero que nadie se pegue a mi y chupe de mi luz y la de yo no soy el vertedero de nadie
No se si vas a terapia pero yo me di cuenta de la segunda afirmación en terapia y la primera creo k también aunque no era consciente de ella hasta que te leí.
Me gusta mucho lo que escribes y percibo un halo de melancolía o tristeza en tus palabras aunque puede ser que me equivoque.
Mucha suerte con todo y con lo de mantener tu calma es súper importante.
Hola, muchas gracias por tu comentario y por expresarte por aquí. Nos alegra mucho leerte y ver que este pequeño artículo te ha hecho reflexionar también. Sí, llevo dos años yendo a terapia y no veas lo que he aprendido y lo que ha llovido hasta ahora. Siempre escribo con ese halo nostálgico, eso no quiere decir que en estos momentos, en el presente, me sienta así, pero siempre es un motor para mi escritura. Muchas gracias de nuevo por leernos así. A cumplir con nuestros propósitos, en la medida que podamos, claro. ¡Un abrazo enorme!